Categoría: Deslindes

Resulta indiscutible la relación que une a quienes ejercemos el oficio de la Historia con las fuentes —generalmente asociadas a los documentos de archivo—, no solo porque no es posible hacer historia sin ellas, sino porque también suelen convertirse en materia de celos y desvelos, como ha señalado Valeria Pita. Pero el archivo no escribe la historia, sino que ofrece la posibilidad de interrogarlo, de explorar su contenido, de escudriñar sus fragmentos para escribir a partir de ellos.
De un tiempo a esta parte, el archivo ha sido definido como un espacio desconcertante, colosal, vigoroso, seductor, sublime, singular, excepcional, provocador; todas palabras que lo convierten en un cofre del que, al abrirlo, emergen personajes, espectros, sombras, en múltiples situaciones que ansiamos no solo descubrir sino liberar para hacerlos danzar y poder reconocer y reconocernos en múltiples experiencias. Nos cuentan emociones vividas en otros tiempos, pero también nos las provocan cuando encontramos registros, en la falta de ellos o del acceso a la documentación, y generalmente quedan plasmadas o —según Mirta Lobato— “proyectadas en peculiares modos de escribir la historia”.
Las emociones también nos atravesaron cuando la Licenciada en Archivología Noelia García nos anotició de la existencia de documentos vinculados a la Inquisición española en la Colección de Monseñor Pablo Cabrera que se encuentra en la Biblioteca Elma Kohlmeyer de Estrabou, de las Facultades de Filosofía y Humanidades y de Psicología de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Hallazgo notable, ya que la documentación producida por los tribunales inquisitoriales, funcionarios y otros actores sociales que actuaron tanto en la península como en América generalmente se nos presenta de manera fragmentada, dispersa y, en ocasiones, se ha perdido de manera irremediable. Situación que se profundiza, fundamentalmente en lo que respecta a las inquisiciones que operaron al sur del virreinato del Perú y, luego, en el virreinato del Río de la Plata entre los siglos XVI y la primera década del XIX.
El libro que el lector tiene en su pantalla da cuenta de un trabajo en conjunto entre profesores de la Universidad Nacional de Córdoba y de la Complutense de Madrid, quienes lo llevamos adelante en el marco del proyecto “Estudio y edición del fondo antiguo de la Colección Cabrera de la Facultad de Filosofía de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina, siglos XVIII-XIX”. A lo largo de las páginas, el lector encontrará documentos que fueron individualizados y están vinculados al quehacer de la Inquisición española en lo que respecta a sus actuaciones, tanto en España como en América; y que conforman, junto a tantos otros, una colección compuesta por 13.270 piezas documentales, manuscritos e impresos. Además, hallará documentos que fueron producidos en tiempos coloniales —y por fuera de la función inquisitorial—, que nos aportan valiosa in- formación sobre la existencia de comisarios en ciudades de la región, de los que hasta el momento no se tenían noticias.
En primer lugar, se ofrece un estudio sobre el origen de la Colección, la lógica de reunión y almacenamiento de documentos realizada por Pablo Cabrera, y la presencia de los testimonios que constituyen el objeto de nuestro estudio, así como el contexto de su producción ya que fueron desgajados de sus archivos originales. Luego, la puesta en valor de los distintos procedimientos administrativos que dieron lugar a los documentos —como paso previo a la identificación de cada una de las tipologías—, en base al estudio de sus caracteres internos. Y, como conclusión, la transcripción paleográfica de los diplomas de la Colección analizados.

Jaqueline Vassallo / Manuel Salamanca López

Un niño acompaña el recorrido de un globo por las calles parisinas. Juntos van sorteando los escollos del París industrial de los años 1950. Expectantes, anticipamos la ruptura de su fulgor rojo entre las calles grises y frías; un objeto palpitante, tan frágil y suave, parece amenazado por el ambiente oscuro y ríspido de la ciudad. Sin embargo, supera los peligros desde el inicio hasta los últimos minutos. Al final, globos de todos los colores ascienden sobre un límpido cielo.

A través del cortometraje El globo rojo (1956), Albert Lamorisse ofrece un símbolo y una analogía de la infancia. Entre el gris del entorno, sobresale la pulida superficie roja del globo. Ícono de la inocencia y de la creatividad, fue expulsado de la escuela y se encuentra vagando por las calles de la ciudad. La infancia se juega entre la obligación y la imaginación; la peripecia del globo propone una metáfora provocativa, una metáfora que interpela. ¿Será posible que la educación conjugue ambas premisas: tanto la obligación como la imaginación? Acicateados por esta pregunta, este libro es el fruto de una investigación que desarrolló, explorando distintas dimensiones, la problemática de la lectura en la escuela.

Prólogo

Inesperada y bella sorpresa el libro de Carlos Salamanca. Por dos razones. La primera: sucedió mientras lo leía algo que siempre encontré en las historias de las ciencias, pero de lo que nunca hubiera sospechado me vería como protagonista. Me refiero al hecho de que los investigadores de todos los saberes podemos trabajar largo tiempo en paralelo con otros, sin percatarnos de ello y, luego, son terceros del campo quienes nos informan acerca de la obra de nuestros alter ego. En este caso, tuve la fortuna de leer directamente y descubrir que Carlos y el tándem que formamos desde hace años Nicolás Kwiatkowski y yo nos habíamos enfrascado a la par en un mismo tema —las masacres modernas y los modos de contarlas o
representarlas—, habíamos desenterrado, por así decirlo, las mismas fuentes —el Book of Martyrs de John Foxe, los grabados de Perissin y Tortorel sobre las guerras religiosas en Francia, el Teatro de Richard Verstegen, las ilustraciones de De Bry para la edición latina de la Brevísima, escrita por el padre Las Casas y publicada en Frankfurt en 1598—, habíamos procurado definir los procedimientos de transmisión de las imágenes y las metáforas entre horizontes diferentes y lo habíamos logrado de forma muy parecida. No sólo eso, sino que me tocó la suerte, en buena hora, de escribir el prólogo del volumen donde Salamanca ha decido volcar y publicar sus textos. Me asiste entonces el derecho de decir que las coincidencias con
los dispositivos deducidos por el colega me proporcionan elementos, si no de certeza respecto de lo investigado y postulado, al menos de una cierta confianza en torno a la validez de nuestras búsquedas y resultados mutuos. El ver confirmadas hipótesis, matrices conceptuales, conclusiones, casi en simultáneo por otro científico de nuestras disciplinas, es, por cierto, un hecho a celebrar, pues demuestra que no andábamos desencaminados en el territorio complejo y poco frecuentado de las representaciones de los traumas colectivos, en un pasado de cuatro siglos atrás, o de sus proyecciones, útiles para la comprensión de la vida histórica del presente. Aunque no creamos demasiado en el Zeitgeist, podemos permitirnos el
señalar en los dolores, las perplejidades y las urgencias por entender el mundo actual, que mi generación y la de Carlos y Nicolás compartimos, el sustrato común e intenso del cual han nacido las semejanzas, prima facie asombrosas, de fines, documentos y métodos utilizados. Digámoslo en los términos de Carlo Ginzburg. Hemos empleado el mismo lenguaje
etic para formular preguntas al pasado y supimos descifrar de maneras concurrentes las respuestas en lenguaje emic que nos llegan de las fuentes literarias e iconográficas, tan alejadas en el tiempo.

Ahora bien, la segunda razón de la sorpresa. Una vez analizadas las convergencias, debo indicar los apartamientos. Por nuestra parte, los escritos que Nicolás y yo produjimos alrededor del tema de la representación-explicación de las masacres se asientan en un abordaje tozudamente historiográfico, vale decir, un modo racionalizante de aprehender el pasado, que se empeña en construir y preservar una distancia existencial entre el relato y la materia desvanecida de lo narrado. Carlos
Salamanca, en cambio, pivoteó sobre la memoria, esto es, la facultad de la mente y de la experiencia humana que anhela preservar lo acaecido en el pasado con una vitalidad y una pregnancia tales que convierten lo pretérito en un desgarramiento del presente. Por ello, Salamanca genera una herramienta de estudio y comprensión de los materiales históricos, la
muy densa y rica categoría de “mediaciones de memoria”, que introduce una paradoja interesante en nuestro contrapunto. A quienes nos hemos recostado tanto en la teoría y en el método de Aby Warburg a la hora de construir nuestra propia brújula para orientarnos en el pasado, esto es, el concepto de “fórmula de representación de la masacre histórica”, entonces, a historiadores como los que Nicolás y yo pretendimos ser, Carlos nos recuerda que si hay un factor warburguiano por excelencia en el proceso de comprensión de lo humano, tal es la memoria, alegorizada por Mnemosyne, madre de las musas y nombre del proyecto máximo del Warburg sismógrafo de las culturas. A decir verdad, hemos subordinado la memoria a la razón, Mnemosyne a Atenea, Alejandría a Atenas. Por eso, nos ha venido de perlas este libro de Salamanca para saber que la
combinación dialéctica de la ilustración historiográfica y los mecanismos mnémicos (claro que éstos no serían los artificios del ars memorandi, sino las figuras indeterminadas y creadas a perpetuidad de la materia viva, pasada, presente y perenne tal cual la concebía Giordano Bruno), el salto de la una a los otros y viceversa es el método que necesitamos para entender tanto qué nos diferencia del pasado cuanto qué perdura latente e irrumpe de él en nuestras aventuras de hoy.

José Emilio Burucúa (UNSAM)
Buenos Aires, 21 de abril de 2015