“Piensa que el tiempo es dinero”, recomendaba Benjamin Franklin a los jóvenes comerciantes de su época, queriendo inculcarles ese espíritu calculador y metódico cuyos orígenes investigaría luego Max Weber. Pero ni Weber, ni por supuesto Franklin, se percataron de hasta qué punto la frase resumía un aspecto clave no del “espíritu” del capitalismo, sino de su funcionamiento objetivo. El tiempo es efectivamente dinero porque el dinero representa el valor, el valor depende del trabajo y el trabajo, devenido abstracto, se mide en tiempo: tal es el penetrante punto de partida de Marx, que ilumina todavía aspectos fundamentales de la relación entre tiempo y capitalismo y, por añadidura, de nuestra agobiada condición temporal, en sociedades cuya tendencia es sacrificar cada minuto de nuestras vidas al proceso de valorización.

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